Más de día y medio de navegación hastas las Bocas de Bonifacio, dos noches, con una guardia que fue una de las mejores experiencias de mi vida. Me incorporé a las 5 de la mañana, con el mar como un plato, todo tranquilo y dentro del círculo de seguridad del radar, 2 o 3 millas, nada extraño. Lo primero que me llamó la atención fue un efecto óptico al empezar a clarear. Navegabamos rumbo Este y la claridad, antes del amanecer, daba la impresión de ser un farallón. Me dije "vamos a colisionar contra una isla o un acantilado", pero no. Luego saltó la alarma del radar. Nada, un velero que, según comprobé con los prismáticos, iba en dirección Oeste y a una distancia muy prudencial. Y después, el amanecer con un delfín saltando a babor que no se dejó fotografiar.
Éxtasis total y con la satisfacción de no haber tenido que despertar a nadie.
Tuvimos un día muy tranquilo, un poco de vela, había poco viento, algo de motor y los capitanes me dijeron que esa noche no tenía guardia porque llegábamos al estrecho entre Córcega y Cerdeña; había islitas y más tráfico marítimo, así que el grumete se fue a dormir y se despertó cuando un bote de matar mosquitos se le cayó encima de la cabeza. Subí a cubierta y me encontré el mar un poco encrespado, mientras los capitanes arriaban velas y no entendían cómo no me había despertado o caído de la cama.
Hubo un momento de duda ¿Córcega o Cerdeña? Al final nos dejamos llevar por los vientos más favorables y nos dirigimos al Archipiélago de la Maddalena, al norte de Cerdeña.
Cada día en una cala a cual más apetecible con visiones tan diferentes como éstas ¿A qué el segundo parece el barco, más bien lanchaza, de James Bond?
Termino por hoy con un guiño y sin poder resistirme al Mediterráneo de Serrat.
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