Mientras los argentinos votan en las elecciones legistativas de mitad de mandato, es obligatorio votar y muchos analistas hablan del fin de un ciclo político, te voy a llevar a ver ballenas francas australes en Península Valdés, un territorio árido, salvaje, magnífico. Lo primero, una de situación.
Hace unos años, las ballenas se mataban a palos en Golfo Nuevo, las flotas balleneras se ponían las botas porque es una especie muy fácil de cazar. Hoy está protegida y, por lo que he podido ver, mimada y cuidada, aunque su recuperación sigue en peligro; se calcula que por Península Valdés pasan unas 1.000 cada año. En esa zona no se permite la pesca ni actividades marítimas, sólo navegan pocas embarcaciones para el avistaje. Las ballenas suben desde la Antártida entre los meses de junio y noviembre para su apareamiento, dar a luz , amamantar a los ballenatos. Son aguas profundas y tranquilas del Atlántico Sur. Lo que necesitan. Después regresan a la Antártida, donde se alimentan. Y así un año tras otro.
Poder ver a estos cetáceos tan cerca es emocionante. Sus evoluciones, escuchar sus sonidos. Son muy curiosos, nadan alrededor y por debajo de las embarcaciones; pesan unas 40 toneladas de media, miden entre 13 y 16 metros y tienen adheridos en la enorme cabeza pequeños crustáceos que forman una costra blancuzca. Comen krill, que filtran a través de sus barbas, y un ballenato puede tomar 200 litros de leche materna al día, densa, aceitosa, no se mezcla con el agua.
El avistaje comienza en un pequeño pueblo pescador, Puerto Pirámides, donde utilizan un método muy curioso para introducir y sacar las embarcaciones del mar.
La zona es impresionante, pura y ventosa estepa. Además de ballenas, hay lobos y elefantes marinos, pinguinos, guanacos, martinetas, cuys, ovejas, caballos, y si te toca la lotería puedes ver orcas en Punta Norte. Las carreteras de tierra, ripio, casi todas, te acercan a lugares como Playa Pardela, donde con un viento patagónico de aúpa bajo un sol espléndido te encuentras con esta imagen.
Antoine de Saint-Exupéry sobrevoló estos lugares durante más de dos años, 1929-1931, transportando correo y los plasmó en "El Principito". Cuenta la leyenda que la forma de la Isla de los Pájaros, en la costa del istmo de Península Valdés, inspiró su boa constrictor devoradora de elefantes. Aquí tienes la isla.
Te aconsejo que no te pierdas el final, con la aleta caudal sumergiéndose.