sábado, 18 de junio de 2016

SEDONA, A RAS DE SUELO



                Pasamos de puntillas por casas y calles de Sedona. Nos plantamos ante un atardecer ardiente, majestuoso.







                Problemas técnicos me impiden enseñarte la capilla "The Holy Cross". Católica, minimalista y rodeada de montañas rojizas, recibió en 1957 el premio de honor concedido por el Instituto Americano de Arquitectura. Lo bueno es que podemos ir a dos de los vórtices de Sedona. Esos flujos que rotan en espiral como un remolino y algunos sostienen que traen energía de otras dimensiones. "Cathedral Rock" está relacionada, según los entendidos en esta materia, con emociones y sentimientos: amabilidad, compasión, paciencia. "Bell Rock", dicen, fortalece tres facetas: el lado femenino, el masculino y el equilibrio entre ambos. Aseguran que la energía llega tras largas sesiones de meditación.







               Una curiosidad, ya en territorio Yavapai. El peñón de la izquierda se llama "Gibraltar".







                La historia de Sedona está unida a la de Arizona. Colonizada por España, luego mexicana e integrada en los Estados Unidos, de manera progresiva, desde 1848 hasta 1912, aquí se ha derramado mucha sangre, casi siempre nativa. En 1864, Kit Carson lanzó una ofensiva contra los indios Apaches, Navajos y Yavapais. Terminó con la rendición de Gerónimo. En mitad del invierno de 1876, los colonos estadounidenses obligaron a más de 1.500 Yavapais y Apaches a dejar Sedona, el Valle Verde, para ir 290 kilómetros hacia el sureste, hasta la reserva de San Carlos. Muchos murieron en el camino. Unos 200 regresaron en 1900 y crearon la Nación Yavapai-Apache. Hace sólo 16 años, 2000, Arizona aprobó la SB 1070, la ley más amplia y restrictiva contra la inmigración ilegal. Debajo, "Courthouse Butte"








                No es de extrañar que en 1954 se rodase en Sedona un peliculón: "Johnny Guitar", de Nicholas Ray, con esa maravillosa Joan Crawford llena de fortaleza y vulnerabilidad.



                Seguimos hacia el sur y llegamos a otra maravilla: El Castillo de Montezuma, al parecer de origen azteca y cuyos habitantes, como los Anasazi, desaparecieron misteriosamente. Según un anciano Ranger voluntario que se sentó a mi lado para contarme toda la historia del lugar, estaban relacionados, y cuando trató de descolgarse por un agujero para entrar en las habitaciones interiores, no pudo, era demasiado estrecho. Sus habitantes debían ser pequeños. Su relato incluyó el detalle de que las mujeres se encargaban de subir las piedras y los hombres la madera. Desde luego, las construcciones son similares.






                 En fin, la picadura de una avispa en el pie acabó con la  visita a los restos de las posesiones de Montezuma. Ya sé, no es la primera vez que me ocurre. Una sugerencia a los responsables de los Centros de Visitantes en lugares donde pululan las avispas: tengan a mano, por favor, remedios normales como amoníaco, ajo, perfume. No hablo de medicinas, sé que son muy estrictos en ese aspecto, por si las moscas. También sé que pedirle a un desconocido que haga pis encima de la picadura queda muy mal, aunque en caso de apuro es lo más eficaz, sobre todo el de los hombres, tiene más amoníaco. La sugerencia no es una gracieta. Para algunas personas, la picadura de avispa es letal y los primeros minutos son cruciales. De regreso, "La Montaña Mágica" curó todos mis males.


        

                Nos vemos en Santa Fé                      





1 comentario:

Anónimo dijo...

Precioso como siempre y muy acertado el comentario de las avispas y además habla una alérgica! Me parece increíble que ni siquiera tuvieran amoniaco. Un peligro para gente como yo.